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miércoles, 3 de marzo de 2010

Lo siento abeja, por tu muerte inútil



En otro momento no lo hubiera hecho. Es verdad, lo juro. Pero es que recién me sentaba después de caminar un montón de cuadras que parecían, sobre todo las últimas, interminables. Igual me gusta caminar pero como de costumbre, le pifié el calzado y además del calor que me entró a acosar bastante, ya estaba sintiendo el rigor de unas incipientes y grosas ampollas y el flequillo, que cuando hay humedad se me cae sobre la cara y se me quiere meter en el ojo, me molestaba bastante. Me enchufaría una gorra ahí nomás o dos clips y listo. Pero no, un look así no da.
Encima, no soy de sentarme en cualquier lado. Me gusta poder elegir, aunque el calor apriete e implique estirar el suplicio un poco más. Y caminé y caminé hasta dar con el lugar ideal. Pérsicco, un bar ahí, en Juramento y Ciudad de la Paz. Justo como me gusta. Afuera, a la sombra, a merced de la brisa natural y no del aire acondicionado, que me enferma. Cerca de una plaza y desde donde podía mirar pasar gente, que me gusta tanto como caminar. No sé, me encanta ver los estilos, los tipos, no tipos de tipos sino tipos de gente. Y algún tipo bueno, siempre pasa, igual que las tipas, que son las que más pasan o mejor dicho, son de llamar más la atención cuando pasan y en realidad, a veces llego a pensar que para eso pasan, para llamar la atención. De los unos y los otros. Y de las otras sobre todo, porque en realidad es así creo. Al final de eso se trata, de llamar la atención. No tienen paz, como decía Carlín.
Y con el diario. No hay nada que disfrute tanto como sentarme a leer un diario que todavía no ha sido abierto, con las noticias ahí, listas para ser desmenuzadas, tragadas, engullidas. Siempre voy variando. Esta vez, había elegido Crítica. Y empiezo a leerlo por la contratapa porque me gusta que Margarita García Robayo y Washington Cucurto me sorprendan con sus historias. Pido una Coca Zero con rodajas de limón, no hay Zero y me traen Light y un tostado de pan árabe con nombre más fino pero que ahora no me acuerdo. Hago unas llamadas, me pongo los lentes de leer y con gran entusiasmo le entro al manjar y al artículo con igual devoción, cuando ella empieza a merodear. La aguanté un rato. Traté de ignorarla. Traté de verla como la miel, dulce. Traté de verla como a una trabajadora ecológica que sólo venía por un poco azúcar aunque sea light pero conforme la abeja iba ganando confianza, yo me iba impacientando. Primero me rozó el dedo y eso sí fue una osadía. Después, se paró en mi vaso, chocha, libando desde el borde la Coca que le encantó porque cuando perdí la paciencia y entré a los manotazos limpios, ella volvía y volvía, una y otra vez.
Y yo digo, no caminé mil cuadras y encontré el lugar ideal para que una diminuta abeja de morondanga me interrumpiera este momento del que estaba decidida a disfrutar, simple y placentero. Sentarme un rato, gastarlo como yo quisiera y dejarme llevar por lo que a mí se me antojara.
Así que amigos, Crítica se convirtió en un arma mortal luego de un tremendo diariazo que dio justo en el blanco y el vuelo corto, insistente y errático (y muy molesto) de la abeja odiosa culminó en aterrizaje forzado para terminar de jeta en el piso, y para siempre, inmóvil. Me quedé mirándola de la misma manera: inmóvil pero por un rato y apesadumbrada un poco. Preferí no mirar alrededor. Preferí no saber si mi acto horrible había tenido testigos. Pensaba que era una lástima, esta muerte inútil que pudo haberse evitado pero las circunstancias, el contexto, nos llevaron a ella (sobre todo a ella) y a mí, a este final doloroso. Yo no quería porque la abeja tiene eso, de estar en los cuentos, de explicarte cómo hacen la miel y esas cosas, el polen, que llevan, que traen pero qué sé yo. Juro que lo intenté pero no lo entendió. No quiso respetar mi espacio, mi lugar, ganado legítimamente, qué tanto.
Tampoco podía permitir que ese bichito amenazara sin tregua mí momento de tregua ante tanta adrenalina urbana y cotidiana. Parte de la mañana dedicada a escanear una escritura para mandar por mail, una cola en el cajero para sacar, otra para poner y del resto de las cosas ni les cuento no querrán saber y después de todo, yo lo único que hice fue matar una abeja mientras que otros, hacen cosas peores, vaya que sí y para comprobar eso no hace falta más que echarle un vistazo a las páginas del diario. Nos hablan de un país real y otro virtual, pero justamente, al revés...
Muerte inútil digo, como si fuera alguna, útil. Para colmo, luego de un rato llegaron otras pero esta vez decidí, en nombre de la paz y de la buena conciencia, matarlas pero esta vez, con la indiferencia. Pero ya no era lo mismo, tanto merodeo me desconcentraba porque me la venía venir: Otra abeja, con sed de venganza, inmolándose a aguijonazo limpio, plena clavada en mi yugular.
Así que guardé todo y empecé a buscar a la mesera que brillaba por su ausencia. Después de un rato, levanté campamento dejando la cuenta paga más la propina, abajo del vaso de la Coca. Me fui con una extraña sensación. Con cierta incertidumbre. Mirá si algún vivo pasaba atrás mío y levantaba los billetes y cuando la amorosa de la moza viniera por su dinero, éste ya no estaba. ¿Qué pensaría de mí? –Ah, mirá ésta, con esa cara, no sólo se histeriquea con las inocentes abejitas sino que me deja un paga Dios...
Vuelvo sobre mis pasos pero por la vereda de enfrente así voy variando las vidrieras (y las ideas). La gente camina. Corre. Se apura. Habla, gesticula. Sonríe (poco) más bien gruñe (bastante). Sigue haciendo calor y no tengo apuro. Es porque voy pensando - y por ahora, tengo tiempo-, en mil cosas a la vez y también en la abejita. Voy a escribirle algo, decidí camino a casa y ese será y éste es, mi descargo. Amén.

1 comentario:

Gret dijo...

Pobre abeja! Aunque supongo que se lo buscó... Por mi parte no puedo decir nada, que ayer interrumpí la cena de una arañota para asfixiarla con raid (que por cierto me asfixió a mí también...)

Saludos!