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miércoles, 20 de mayo de 2020

Cuentos de insomnio en tiempos de cuarentena


El grillo


No es de ahora. Lo de mi insomnio. Así que no voy a decir que es culpa de la pandemia pero sí voy a decir que me la ha mejorado bastante. Cada noche, tengo esa sensación. Que se hace más larga la mirada clavada en el techo, de vueltas en la cama, de angustia y pensamientos que recorren cada rincón molesto de mi existencia.
Los que padecemos de insomnio ya más o menos vamos probando qué es lo mejor o, mejor dicho, qué es lo que no funciona para esos momentos de zozobra mental y vamos todas esas noches en búsqueda del sueño perdido.
Cerrar los ojos y obligarte a dormir, descartado. Es peor porque la cabeza no para y no te deja. Al menos a mí. Parece que se ensañara con uno y que te dice, ¡no, no y no! ¡No vas a dormir!
A veces me levanto, doy una vuelta por la casa, leo algo, o agarro el Duolingo pero ahí las cinco vidas me duran menos que una lección así que se ve que la mente no está lista para el otro idioma por aprender. Entonces, es malgastar tiempo y vidas, sólo para que te manden al punto de partida: This is a pencil… y la verdad, a esa hora, como las tres de la mañana, no estoy para que me manden a la largada.
Entonces anoche tuve una gran idea. Entré a Spotify y abrí la Audioteca, por Lucrecia Martel del CCK y elegí al azar, el audiolibro “Japonés”, de Rodolfo Fogwil. Ahora sí, pensé, con un cuento de más o menos 50 minutos y un tipo hablándome al oído, más vale que me duerma.
Increíblemente, la historia trataba de dos navegantes. Debían llevar un velero de Mar del Plata a Río de Janeiro. Y ese relato llevaba dentro de sí, otro relato, de una navegación de los mismos protagonistas llevando un crucero, de Buenos Aires a Punta del Este y los sorprende un pampero. Debo decir, que mientras trataba de dormirme al son del cuento, estaba cada vez más despierta.
Lo disfruté, a pesar de que el objetivo era otro. Aburrirme y amanecer con los auriculares enroscados en mi cuello y vaya a saber cuántos cuentos más mientras yo dormía plácidamente. Pero no fue así.
Con los ojos cada vez más abiertos, me dije: “Ya sé, voy a explorar en las playlist “música para dormir”. Ok, preparo todo, me acomodo y me entrego. Pero después de unos diez minutos de escuchar sonar los cuencos tibetanos, supe que no era lo mío, así que me dispuse a no darme por vencida y seguir explorando. ¡Piano! ¡Eureka! Pero resulta que después de otra vez acomodarme y entregarme, me di cuenta que yo necesito que una canción tenga un principio, un medio y un final. Y acá parecía que la canción nunca terminaba de empezar y eso me ponía cada vez más nerviosa.
Pero no me di por vencida. Seguí buscando. ¡Ahora sí! Sonidos de la naturaleza! Es perfecto para mí, pensé. Amo la naturaleza y por esas cosas de la vida, me encuentro en medio de la gran ciudad y en medio de la gran pandemia. ¡Ahora sí que voy a dormirme!
Otra vez me acomodé. Y traté de relajarme. Pajaritos, el agua de un arroyo y otros sonidos ¡incluso un grillo! Amo a los grillos, me simpatizan y siempre creí en eso de que traen suerte así que siempre los protejo cuando se cruzan en mi camino. Cri, cri, cri, cri…
Y pasaron los minutos y el grillo seguía ahí. Bueno, pensé: a la persona que grabó esto lo duermen los grillos. Me incorporo, tomo el celular y paso a la siguiente, otros pájaros, otros arroyos. Y el grillo seguía allí. Paso a la siguiente y a la siguiente y Don grillo protagonista total.
¡No puede ser! ¿Tanto grillo vas a poner? Y de pronto, ya a eso de las cuatro y pico, me senté al borde de la cama nuevamente y pausé el play.
Y allí seguía, el grillo.
¡Cri, cri, cri, cri!, en algún recoveco de mi cuarto. Me levanté, sacudí las cortinas y golpeé con los nudillos ¡toc, toc! el marco de la ventana, como para poner orden. Se dio por aludido. Cri….cri….apenas otro criii…suave. Entendió todo.
Tomé un poco de agua y volví a acomodar las almohadas. Me tapé. No sé cuánto tiempo después, vi de reojo que el sol ya se metía entre las cortinas y la radio ya me daba las noticias. Otra vez me di vuelta. Ahora sí que era mejor dormir.






sábado, 25 de abril de 2020

Falta Lobo

Dado el hallazgo de ayer y decir hallazgo dentro de nuestra propia computadora, ¿debería ser preocupante? Supongo que no. Que simplemente responde o es consecuencia de la era digital y de la capacidad de guardar incontables imágenes y datos casi indefinidamente. Y de la capacidad de acumular. Y de la capacidad que tiene esta cuarentena tan inesperada ¿? como insólita, de hacernos mirar hacia nuestras tripas y darnos todo el tiempo del mundo para hacerlo.
Es como desempolvar y abrir un arcón, con la diferencia que éste tiene un límite y llegará un momento, en que la pesada tapa no cierre.
Entre todas esas fotos que encontré, o mejor dicho, que volvieron a la superficie después de haber estado tanto tiempo en un segundo plano, sin ser recordadas o repasadas, también encontré algunos dibujos, de esos garabatos que cada tanto me pongo a hacer y pintar.
Y así fue como encontré este dibujo que hice alguna vez en homenaje a Lobo, un pastor belga de la familia de mi hermana Elda. Un perro extraordinario que me acompañaba siempre en mis largas caminatas por las sierras y el campo y lo quería mucho. Sentía una enorme conexión con él, a pesar de vernos sólo cada tanto, dos o tres veces al año. Curiosamente, cada vez que llegaba, me recibía ladrándome, como mascullando...como si me desconociera pero eso era sólo la "primera impresión...".
Luego venían las largas caminatas, con un Lobo guardián y atento. Y amoroso.
Y un día llegó la noticia. Lágrimas en el teléfono. Lobo ya no estaba más en este mundo y eso realmente fue muy triste.
Cuando regresé al campo, en San Luis, mi primera impresión fue que algo faltaba.
Por eso el título de este dibujo.
Falta Lobo.