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martes, 15 de junio de 2010

Y llegó el Mundial (el último que apague la luz…)



Es el mundial del Bicentenario, que después de haberlo esperado doscientos años, ya pasó. Nos juntamos, nos abrazamos, nos amuchamos en las plazas, revoleamos las banderitas y ahora, como al don pirulero otra vez, cada cual atiende su juego.

Llegó el Mundial de Maradona. Sí. Eso sí que lo hace especial a este Mundial, porque si a la selección le llega a ir bien y ojalá de todo corazón así sea, se la vamos a tener que seguir… bueno, usted ya sabe. Y ojalá le vaya bien y la Argentina entera salga a las calles al grito de ¡Maradó Maradó! Porque aunque nunca fue santo de mi devoción, para alguien que estuvo tocando fondo, poder salir de las profundidades y recuperarse, está muy bueno.

El Mundial de las barras bravas. Sí señores. Marca registrada y haciendo papelones de alto vuelo y de alcance internacional. El Pillín, el Gusano y casi toda una jungla entera, salieron lo más campantes del país, con causas, pasaportes vencidos y con el ánimo de saberse tan impunes que en lugar de hacer mutis por el foro y viajar con perfil bajo y silbando bajito, el vuelo a Sudáfrica parecía una muestra gratis de algún carnaval tardío. Whisky y champán, exigían, para bajar a tono o entonados, más bien. Pero la cordura y la ley llegaron en las puertas de otro país y con una estampilla ´ahí´, de vuelta a casa, de donde nunca deberían haber salido, bajo esas circunstancias.

Y llegó el Mundial, el Mundial del corte del puente internacional San Martín, de Gualeguaychú. Y resulta que después de tantos años (de haberlo fomentado y sostenido) nos venimos a enterar de un día para otro que lo que estábamos esperando era una orden de la Justicia. Y bueno, parece que el fragor del fútbol mundialista es un buen momento para cambiar de idea, porque hoy, la estrategia es otra.

El Mundial de las redes sociales. El Mundial que el Kun Agüero en persona nos va contando por Twitter, ahí nomás, al toque, en forma personal y en 140 caracteres. Nos va tirando datos, a cualquiera que esté conectado a un celular o a internet o sentado en un bar con wi-fi. Podemos recibir mensajes en los que cuenta que está contento, porque la familia llegó o que tiene “un buen presentimiento”.

Y llegó el Mundial también para mí, que los he vivido con distinta intensidad, dependiendo de la época o de los estados de ánimo. Alguna vez con más pasión, otras con un poco de indiferencia. De conocer el equipo de punta a punta a no saber ni siquiera el nombre del arquero, ni conocerle la cara. Pero sí, ojo; sé que Messi, si no se pone las pilas como en el Barcelona, estará en un ´Lio´, ja ja, chiste fácil. O que Palermo la quiere romper y que parece que Tevez es uno de los elegidos y por supuesto, el Chino Garcé. ¡Grande el tandilense! Y también que tendré equipo muleto, con Dinamarca.

También sé que se juega en Sudáfrica, el país que tiene uno de los símbolos (vivientes) de la libertad y los derechos humanos, como Nelson Mandela. Que el mundo entero estará con los ojos puestos en ese país africano y que, por un mes, nada será tan terrible porque la redonda, la Jabulani -que en zulú significa celebración pero dicen que es casi indomable- sólo dejará cuando todo esto termine festejando a un país. Pero mientras tanto, habrá entretenido a unos cuantos. Y está bien. No nos viene mal. Pensar en otra cosa, canalizar por otro lado, reunirnos con amigos en los bares, en casa. Hacer los deberes a medias, un mes light y con la esperanza de poder dar rienda suelta a toda nuestra fuerza interior contenida. Dejar que fluya. Dejarla salir y con y en ella, todo lo que tenemos adentro. Y echarle la culpa al fútbol.

Cuando salga esta nota, ya habrá jugado Argentina contra Nigeria. Ojalá arranquemos bien, tengo ganas de festejar. Todos tenemos ganas de festejar, aunque sea por el fútbol. Aunque definitivamente, en la casa en la que vivo, falta un hincha y eso no es una sensación. Es una realidad. (Ana Jensen, periodista)

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