Vistas de página en total

viernes, 2 de julio de 2010

La mitad más uno, más la otra mitad, menos uno



¿Mundial? ¿Qué mundial?

Llovía el domingo, cuando amaneció, allá en Mar del Plata. Y no era un domingo cualquiera, por eso casi no importó y los socios del Náutico fueron llegando poco a poco. Cerca del mediodía, entre saludos y palmadas, se acomodaron y sentaron a las mesas ubicadas en el enorme salón en el que funciona el restaurant, donde se puede comer pescado en platos increíblemente abundantes. Y a buen precio.

Pero no fue esta la razón principal para que con semejante día, hombres, mujeres y chicos, amantes de los deportes, decidieran salir de todos modos de sus casas para juntarse, allá en el club. Ese día que había amanecido gris y que alentaba más a la pantufla que al calzado deportivo, Argentina jugaba, a la tarde, su partido decisivo contra México. Seguir o volver a casa. Así de simple, sin otras instancias. Ganar o perder. Contundente.

Por eso, la mitad más uno y la otra mitad menos uno, amanecieron además de llovidos, con mariposas en el estómago. Ansiosos, expectantes y qué mejor remedio, que compartir y combatir todas estas sensaciones, con alguien más.

Así las cosas, el almuerzo bullicioso en el que los pronósticos y las cábalas estuvieron a la orden del día, se fue estirando hasta el comienzo del partido, tanto que a la hora del himno, más de uno lo cantó con patriotismo futbolero pero con la cuchara del postre en la mano, mientras los mozos, trataban de poner sus mejores caras y repartían los cafés en las bandejas, buscando un fino equilibrio entre la cortesía y rapidez. No fue fácil, pero a nadie le importó.

El silencio que produjo la emoción de la canción patria, no tardó en romperse. Enseguida nomás, las sillas empezaron a juntarse más cerca de la pantalla, desde la que los unos y los otros, comenzaban a correr con la pelota, a la pelota y por la pelota. Y por la camiseta. El sonido de una corneta -porque acá es corneta, no vuvuzela- dio la única certeza por ese entonces. El gran momento había llegado.

Las emociones no se hicieron esperar. Comenzaba el show de las expresiones típicas que se suelen soltar al ritmo de las mejores y peores jugadas hasta que por fin aunque con dudas, el primer grito de ¡gooool! Todos saltaron de sus sillas, se abrazaron, se quisieron, se colmaron de optimismo y más y más pasión.

Menos uno. Menos este niño de la foto. Menos este niño de unos diez años, que se mantuvo imperturbable, indiferente desde que llegó. Literalmente, tragó su almuerzo y se ve, que tenía planes. Sentarse en una mesa solo, justo abajo del televisor que desde lo alto de la pared, destellaba en imágenes y comentarios sabiondos del comentarista de turno.

Pero no, error. La única pantalla que le interesaba era la de la laptop que tenía enfrente y la mesa con el único enchufe cerca. Enchufe para su máquina y enchufe para él, desde el mismo minuto en que se conectó al otro mundo. Al mundo virtual, del que no volvió a salir hasta que pasaron tres goles que no vio, no escuchó ni nada, nada de nada, y el brazo de su padre rodeándolo por los hombres diciendo -¿Vamos hijo? ¿Qué grande la selección, ¿eh?¿eh? Qué goleador Tevez, ¡qué goleador! ¡Por Diossss!

El chico, que no había levantado la vista en ningún momento, ni siquiera para el replay, asintió con una tímida y culpable sonrisa, conformando a su padre mientras pensaba que bueno, que finalmente había sido un buen día. A él el fútbol no le importa. No le gusta. Y qué -pensó-, encogiéndose de hombros, mientras caminaban hacia el auto y ya había parado de llover.

Igual, pensó también que estaba bueno que gane Argentina. Así su papá, sus hermanos y todos sus amigos, y toda la gente que conocía que andaba por ahí, en la calle, incluso el kiosquero que a la mañana temprano cuando él pasa por ahí rumbo a la escuela, suele gruñirle un poco; iban a estar contentos. A él no le gusta el fútbol. Lo que más le gusta de todo es la computadora de su papá que hasta ahora, no se la había prestado nunca y eso, lo tenía muy conmovido, más emocionado que todos los goles juntos.

Siguieron caminando y mientras subían al auto el pequeño preguntó a su papá, mirando de reojo el bolso en el que lleva la laptop: -¿Cuándo vuelve a jugar Argentina, pa? ¿Vamos a venir a verlo al club, no?
-Sí, hijo, claro que sí. Te gustó, ¿No? Y Tevez, qué grande. ¡Maradó, Maradó! Bueno, vamos hijo, que no todo es fútbol...

No hay comentarios: