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domingo, 29 de noviembre de 2009

"Disculpe las molestias..."


“Disculpe las molestias…”
Por Ana Jensen

Ordenaba algunas ideas en mi cabeza para escribir una reflexión acerca de la “sensación” de inseguridad, cuando encontré esta información: “La presidenta Cristina Fernández de Kirchner recibirá la semana próxima al marido de la maestra asesinada en la localidad bonaerense de Presidente Derqui, en el partido de Pilar, para robarle el coche. Según trascendió, la propia mandataria pidió tomar contacto telefónico con Walter García, esposo de la víctima, a fin de invitarlo a casa de Gobierno. Se comentó que García ‘agradeció’ el gesto presidencial y explicó que se encontraba haciendo trámites para inhumar los restos de su esposa, por lo que el encuentro se pospuso para la semana próxima. La cita tendrá lugar luego de que el viudo de Sandra Almirón reclamara a la Presidenta que ‘hiciera algo’ para combatir la inseguridad”.
Inmediatamente, encontré el título para la nota. Es que mientras trataba de salir del asombro, por semejante y desatinada invitación, traté de adivinar qué sería lo que la primera mandataria tendría para decirle al hombre que acababa de enviudar, al hombre a quien acababan de quebrarle todos sus sueños, sus proyectos junto a Sandra, la mujer que había elegido pero que ¡pum! y ya no está.¿Qué podría decirle? “Hola señor, ¿cómo le va?” o “buenas tardes Walter, cómo anda?” o “mucho gusto, encantada de conocerlo”… Para luego agregar, le “ruego que disculpes las molestias, estamos trabajando… Justo, justo estaba por empezar a asumir este flagelo, eso de que andan matando ciudadanos por ahí y yo me la paso viajando, cuando le toca a su esposa, morir en la puerta de su casa para robarle el auto de morondanga que tenía, por eso quería que viniera antes de que me fuera para el Vaticano pero usted, bueno, estaba haciendo trámites, ¿vio?”.
Qué podría decirle si no, a él y a tantos otros. A la viuda de Echarrán, a la beba que nació sin padre; a la mamá del joven Santiago Urbani; a la mamá de Renata, la arquitecta, o al hijo del transportista, si vamos un poco más atrás, o a la esposa de Luis Cano, si venimos un poco más acá…Qué podría decirle a la familia de Fernando Cáceres o eventualmente a él mismo, que hasta hace unas semanas era un hombre que tenía su propio cuerpo a disposición para lo que quisiera: reír, llorar, correr, pegarle a la pelota, cantar o amar y ahora, su entorno y tal vez él mismo festejan que puede decir hola levantando un dedo y que “se tapa solo”, como si fuera eso la gran cosa. No, no confunda. Deseo con toda mi alma que Cáceres sobreviva y viva y algún día sea todo esto más que un triste recuerdo, pero usted sabe que me refiero a otra cosa. ¿Por qué debe pasar por todo esto?
En lugar de invitar viudos a la Rosada, más bien se me ocurre más adecuado recomendarle, con todo el respeto que me merece (por su investidura), concurrir a cada uno de los velorios o entierros, momentos en que los desgarros no le dejarán lugar a dudas, donde las sensaciones se harán enseguida realidad, donde no van a importar demasiado las estadísticas que maneja el ministro de Justicia, Julio Alak, eso de que en otros lados están peor que nosotros.Más bien se me ocurre que sería más lógico invitar a la Rosada, a cada una de las personas que tengan algo para decir, para aportar, desde la oposición o desde el lugar que sea, a sendas reuniones y definir entre todos, juntos; una estrategia para poner fin a esta matanza de la que somos víctimas todos.
¿Qué hacer? No sé, no tengo ningún cargo ni me he postulado a ninguno como para dar esta respuesta, pero puedo sugerir algo, puedo opinar al respecto y digo que está claro que con medidas espasmódicas, para pasar el momento, como hacer la razia por todos los desarmaderos a lo loco y para las cámaras como se hace cada tanto para que después todo vuelva a la “normalidad”, no va a tener ningún resultado, si no es una medida constante y controlada.
Tampoco caer sobre los menores, estigmatizarlos, pero tampoco que les dé igual. No será imposible hacer dos cosas, como masticar chicle y atarse los cordones al mismo tiempo: mientras se va al fondo de las cosas, mientras se parte desde cada una de las casas, con educación, trabajo, contención y seguimiento, a aquellos que han perdido el rumbo y tienen armas y muertes en sus manos, sacarlos de la calle para introducirlos aunque sea un poco tarde pero no perdido el tiempo, en ese sistema de contención y reeducación. Si en cada uno de los pueblos y ciudades del país se juntaran dos o tres que quieren, pueden. Digamos la verdad. Nos conocemos todos y sabemos quién es quién y dónde están y cuáles son las leyes que necesitamos. Sólo es necesario un poco de compromiso y de coraje y pensar en el otro y ponerse en el lugar del otro (haga la prueba, es un ejercicio doloroso pero necesario). Póngase en el lugar de una madre, de un hermano. Se le desgarraría el corazón. Y a no hacerse los distraídos, que una función pública significa servicio y no beneficio.
¿Qué queda bien decir? ¿Qué es políticamente correcto en estos casos? ¿Se puede en la Argentina de hoy hablar de los derechos humanos para todos o eso es facho, pedir que a uno lo cuiden, lo protejan. Que si ese chico, que si ese muchacho o a ese hombre que tiene sus manos bañadas en sangre, lo detengan, ¿se es derecha mano dura? Trabajar, pasear, soñar, tener una familia, tratar de ser feliz con nada, poco o mucho, lo que nos toque, ¿debe depender del azar que nos gatillen en la cabeza? O debería haber algo (que se llama disuasión, ley y cumplimiento y esas cosas, que los hicieran dudar aunque sea, un momento).
“Basta de gatillo fácil”, leía el otro día en un grafiti, a la bajada de una autopista en Buenos Aires. Sí, pensé, eso sí que está bueno. Basta de gatillo fácil… Además, ya que estamos, alguien debería decirles a todos esos delincuentes dispuestos a gatillar que paren, que paren de matar, porque desde lo comercial (ya que del lado humano se ve que no les llega), con eso lo único que consiguen es revolver el avispero y que sea más difícil colocar un usado. El robo de un auto, a quién le importa demasiado si el seguro después de todo, es obligatorio. Unos trámites y ya. Si no estaba asegurado y ¡bueh! Debió hacerlo, es obligatorio y le ahorrará dolores de cabeza pero bueno, lo peor será tener que empezar de nuevo, desde abajo, pero la vida, cuando es desde abajo, desde el fondo del sepulcro, ya es demasiado tarde. No hay retorno desde ese lugar.
No sé, preguntarle a Renata, a Sandra, va a ser un poco complicado porque ellas ya no tendrán la oportunidad. Ninguna. Los sueños de ellas ya están rotos. Más rotos que los de nadie. Por eso me pregunto, señora, ¿qué le va a decir al viudo?

martes, 24 de noviembre de 2009

Escenario

Casi silencioso, casi sonoro.
Casi quieto, casi en movimiento,
es el vaivén,
del mar sobre la orilla
y la arena casi desierta
que espera.
Espera al sol,
demorado con la lluvia
y escondido entre las nubes.
Es el viento que las empuja lejos
para que tarden más en volver.
Mientras,
casi inquieta, casi inmóvil,
la playa espera
el fragor del cielo despejado
para convertirse.
Así, casi es todo
y todo esto,
lo que queda.
Cuando ya nos fuimos,
cuando el malacate ya nos trajo,
cuando la nube ya volvió
y cuando al final del día,
ni siquiera nos dimos cuenta.
Que el escenario, ya es otro.